dimarts, 6 d’abril del 2010

Rojos, y a mucha honra.



LQSomos. Ángel Escarpa. Abril de 2010.
Después del enterramiento de los restos mortales – ya en sagrado – de 24 de las numerosas víctimas de la represión franquista en este archipiélago, leo en La Provincia un comentario de un lector, que no puede quedar sin justa respuesta. “¿Demócratas, los que pretendieron la revolución del proletariado, estos “rojillos” liderados por Bardém, Almodóvar y Miguel Bosé; los que gritaban viva Rusia y se definían como “rojos” …estos de la memoria histórica que reescriben la historia?…ni unos ni otros eran demócratas” (equiparando a republicanos y franquistas)

Trataré de responder desde aquí a este señor y a tantos y tantos que piensan como él, a pesar de mis limitaciones intelectuales, ahora que todos somos ricos y tenemos el frigorífico a reventar, dejando muy claro que, en las manifestaciones a las que yo voy, nunca les vi el careto ni al Bosé ese ni al director de cine, aunque sí que almuerzo con frecuencia con la Bardem admiradora de Pasionaria en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. En primer lugar, no creo que, todos los que fueron dueños de esos pocos huesos que hemos rescatado de la infamia de los “pozos del olvido” y de las zanjas improvisadas por la locura del franquismo, aceptaran el adjetivo de “rojillos”, como tampoco creo que fuesen necesariamente “quintacolumnistas” todos los ejecutados en Paracuellos, en las horas en que se temía que iba a caer Madrid y llovían “pavas” sobre la población civil.

¿Eran rojos los sacerdotes vascos fusilados por Franco, en 1936, por intentar defender Euzkadi de los que meses más tarde bombardearían Guernika, los que no tomaron las armas y se limitaron a dar asistencia espiritual a los combatientes leales a Aguirre? ¿Eran rojos también todos los hojalateros, relojeros, tranviarios, todos los novilleros, poetas y maestros represaliados, no muertos en combate? -tantos de ellos jamás supieron lo que era un máuser después de lo de Melilla-

Si he de juzgar a partir de algo concreto lo haré a partir de la figura de mi padre, “rojo” convencido. Luchador desde las primeras horas en el frente de Madrid, participa posteriormente en las batallas de Teruel y Lérida para, en el verano del treintaiocho, cruzar el Ebro y combatir en Sierra Caballs, y Sierra Pandols - ahora con los de la CNT y más tarde en las filas del Partido Comunista – para acabar peregrinando por el “acogedor” campo de concentración de Barcarés, en Francia, de donde sería trasladado al no menos tenebroso Campo de la Bota, en Barcelona - este señor quizás lo sabrá también: de donde no todos los tíos que entraban salían vivos, en aquellos años de derrota y que tanto nos recuerdan los años de Mauthausen, de donde, a decir de sus carceleros, no se salía si no por la chimenea; los que fueron ejecutados y quemados en Francia por actuar de pasadores de agentes y combatientes británicos y aliados al otro lado de los Pirineos.

No me quiero extender mucho pero valdría la pena refrescar la memoria un poco y recordar que, muchos de estos demócratas con comillas, regresarían a la España franquista luego de perder aquella guerra, luego de combatir en media Europa, como Cristino García, que después de vencer en la batalla de La Madeleine, regresó aquí para combatir al aliado de Musilini y Hitler para, un tiempo después, caer bajo las balas de Franco en un campo de tiro cualquiera; los que liberaron París, los que lucharon en Rusia, en Noruega, en África, y nunca aparecen en las películas de Hollywood; los que pelearon allí donde hubiera un pedazo de tierra por liberar del nazismo, con la sola promesa (incumplida) de que más tarde se liberaría España del yugo franquista.

Sí, la sombra de las ejecuciones sumarísimas en la zona republicana pesará siempre sobre la conciencia de esa izquierda que escapó por los pelos de las cárceles y de la represión del General. Pero qué cabía esperar de aquellos hombres que durante siglos solo habían sido carne de cañón en los campos de Flandes, en las ciénagas de la América española, en el África de Millán Astray, de Annual y el Barranco del Lobo. Qué se podía esperar cuando se enteraban de que su compañera, su hermana o su madre, en la retaguardia, había muerto, con la cabeza a varios metros de la cola de la Gota de Leche, donde esperaban por el alimento para los que nacimos en aquellos duros años. Qué se podía esperar de aquellos “rojos” que, tras introducir un papelín por la ranura de una urna, por primera vez en sus vidas conquistaban un título: CIUDADANO, algo tan simple que le habían negado la monarquía y todos los caciques desde la más remota antigüedad. Qué podía esperarse de aquellos que firmaban con la yema del dedo cuando se alistaban en los banderines de enganche de las banderas de La Legión, huyendo de la miseria; los que se incorporaban al 5º Regimiento para defender la revolución del proletariado: el derecho a un pedazo de tierra, antes de que ésta se los tragase definitivamente. Aquí me cuentan que el bracero trabajaba en la zafra del plátano de sol a sol; que él y los suyos apenas conocían otro alimento que unos cascos de cebolla y una pella de gofio, y eso sí: toda el agua que quisieran, que aunque era mala y no apagaba la sed de justicia, aliviaba las penas, aunque no la de ver cómo, aquí y allá, el “amo” le ponía la mano encima a la mujer o a la hija casadera (ya me entiende: lo del derecho de pernada.) Demasiado niño muerto por ausencia de medicamentos en la casa del pobre, de perras para pagar al médico; demasiada ausencia de escuelas, de derechos universales, para pedir encima que no se identificaran con la estrella bolchevique, ¿o aún debían hacerlo con la causa de Gil Robles y la de los generales africanistas que trajeron a alemanes, italianos y marroquíes para combatir a las “hordas” rojas y masónicas y sembrar con plomo las tierras que hicieran famosas el Caballero Don Quijote? ¿Quién le podrá reprochar mañana a nuestros jóvenes de hoy, esos que embuzonan publicidad de Telepizza en nuestras ciudades a falta de salidas profesionales, cuando arrastren por las calles de nuestras ciudades tanto busto, tanto retrato del rey mercenario, impuesto por el máximo responsable de casi un millón de muertos y aliado de los que ocasionaron 6.000.000 de muertes al pueblo de Israel, los 20.000.000 de muertos en la Segunda Guerra Mundial en la Rusia soviética?

Si, el problema del fascismo en las primeras horas del “alzamiento nacional” fue que los “rojos” no supimos ser demócratas: nadie antes había enseñado a aquellos “feroces” milicianos, que fusilaban a Jesús en el Cerro de los Ángeles, a leer a Kant, a Spinoza, a Cicerón, a Platón. El que sabía leer, apenas había leído La madre de Gorki y la Cartilla Antifascista; los que conocieron los días de las Misiones Pedagógicas en el Pueblo, los que escuchaban por primera vez, boquiabiertos, los mítines del POUM y oyeron hablar de las colectividades agrarias, de la Reforma Agraria y aprendieron a contar con las balas en el frente, no se resignaron a ver de nuevo instalados en el poder a los dueños de las tierras, las fábricas, las minas; como decía el poeta de Zamora: “los dueños del caballo y la pistola”, los dueños de sus vidas desde que los echaron al mundo, no se resignaron a la pasividad del 10 de agosto de mil novecientos treintaidós, cuando Sanjurjo quiso abortar aquella República con solo 17 meses de nacida. No se quisieron resignar los obreros de la industria de Cataluña ni sus camareros, los vascos de Aguirre, los valencianos de Blasco Ibáñez, los extremeños de Felipe Trigo y Gabriel y Galán, los andaluces cantados por Hernández y Lorca, los españolitos de Antonio Machado que no eran heridos por las penumbras de las iglesias y las homilías del clero en la recogida devoción de los templos. Quizás su problema también: los que hoy nos dan ejemplo, tantos involuntariamente, desde esos huesos que nos hablan de dignidad, del sacrificio, de la heroicidad de unas horas sin armas y lejos de la Capital de la República que les proveyera de camiones para movilizar a los militantes de los partidos y de los sindicatos, de hombres que sustituyeran a los gobernadores, generales y alcaldes fusilados por los golpistas. El problema para la reacción fue cuando los esclavos dejaron de ser los sumisos súbditos del pasado para asumir un papel activo en un proceso revolucionario.

No, no todos eran demócratas. La inmensa mayoría de los que hicieron posible aquella epopeya no eran si no un pueblo cautivo de la tradición y las supersticiones; la ignorancia y la sumisión que sus dueños y señores les habían inculcado, devenidos ahora en los émulos de los días de Espartaco y de la Comuna de París. No, los voluntarios de 54 nacionalidades - de las 66 que entonces conformaban la comunidad internacional - las Brigadas Internacionales, en esta ocasión no venían a las tierras de Albéniz, de Goya, de Falla y de Santa Teresa para beber los excelentes vinos de Osborne ni a disfrutar de las sabrosas paellas y la destreza de Ignacio Sanchez Mejías con la muleta, mucho menos a rescatar en santa cruzada el Santo Grial.

Me falta el espacio, pero no los argumentos para responder a éstos que se dicen demócratas pero apoyan a Gobiernos que les niegan la medicina y los servicios sociales a los más humildes de la nación más poderosa de la Tierra; los que, en nombre de su santa democracia y para preservar sus privilegios y los intereses de la gran industria a la que representan y les protege, llevan la maldición de las guerras y las hambrunas hasta la tierra más recóndita, sea ésta Afganistán, Chile o Cuba. Los que esquilman las tierras fértiles de Brasil, los que se “beben” el agua de los países cuya única riqueza es la agricultura, los que abortan los sueños de los pueblos que luchan por su liberación de la tiranía del capitalismo: en el Congo, en Bolivia o en Venezuela.

Qué bonito, señores burgueses, sentarse en una confortable butaca para aplaudir al coro de la zarzuela La Calesera:…LOS ESCLAVOS DE LA TIERRA SE ALZARÁN GRITANDO GUERRA …o tal vez las gloriosas voces de la celeste AIDA, elevando nuestros espíritus a los celestiales ámbitos de la gloria con los coros de Nabuco; pero qué jodido cuando, ese chavalito sin nombre de los concursos de la tele, que se parte el culo a reír y a aplaudir en lo Buenafuente, en Tenderete y en los estadios; el que participa en los carnavales como “mujer tetuda”, toma una botella de gasolina y se planta en medio de una calle de Madrid, de Génova o de Jerusalén para gritarles a los de toda la vida: ¡ NO PASARÁN!

Pero estaba hablando de un trabajador de la Fábrica Gas Madrid, un peón como tantos al que nunca vi con un libro entre las manos - ni de Marx ni de los otros - pero que tomó las armas cuando así se lo demandaron el sindicato y las consignas del Frente Popular para defender, entre otras cosas, una Constitución. Un hombre que, cuando regresó a aquella fábrica para palear el carbón con el que se alimentaban las baterías que producían el gas para la iluminación y las cocinas de la Ciudad, él que se movilizó para detener a los sucesores de Pavía, de Primo de Rivera - quizás los modelos del señor Tejero de 1981 - que estuvo en el mitin de Azaña del Campo de Comillas y, podría jurar que gritó en Sol aquel 14 de abril histórico, fue recibido en la citada fábrica con un: si quieres entrar a trabajar tendrás que hacerlo como nuevo: sin derechos. Si no, no haber ido a la Guerra.

Toda una lección de democracia, la de aquel capataz.
MOVIMENT PER LA TERCERA REPÙBLICA !!!!
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Centenars de milers d'exiliats, torturats i assassinats, han estat condemnats a l'oblit després de quaranta anys d'usurpació feixista del poder a Espanya. Trenta anys després d'aquella transició vergonyosa, ja és hora que tornem a tenir un veritable Estat de Dret.